Frente a la pantalla



     Este bolígrafo ya no pinta. Lo agito un poco. Este bolígrafo sigue pintando. Menos mal, porque no pensaba bajar a comprar otro. De hecho, no tengo nada que escribir, solo lo estaba probando. La verdad es que es un buen bolígrafo: cumple su función, es bonito, y a veces mi gata juega a tirarlo al suelo y morderlo.
     Yo antes tenía buenas ideas para escribir poesía. Utilizaba el barullo de dudas y reflexiones que colapsaba mi mente, y lo traspasaba al teclado. Como si tuviese unos auriculares enrollados, los desenrollara, y luego me los pusiese a ver qué tenían que decirme. Pero ahora no hay nada.
     Me giro, y veo la guitarra que compré hace tres días pensando que por fin, iba a tener ilusión por algo. Tres días ha durado exactamente. En el fondo sabía que no la iba a usar. Como mucho unos días. Luego simplemente la iría cambiando de sitio cada poco tiempo, hasta que un día se me olvide que la tengo.
     No es que tenga malas ideas y no quiera escribirlas, es que no tengo nada. Paso horas enfrente de una pantalla que del desgaste casi no brilla (encima me va a aumentar la miopía), y como mucho surgen un par de versos, que son manipulados durante un rato a ver si encajan con otros o son mínimamente aprovechables. Y al final, mueren.
     Desde que se me rompió la silla buena (o más bien la rompí), me duele la espalda. Esta que me traje del salón es rígida, incómoda, y no da conversación. Seguro que hay una relación directa entre lo cómoda que es tu silla y lo feliz que tú eres.
     Mi vida y mi cabeza están igual de vacías. En ninguna sucede nada. Y tengo dos opciones: vivir esperando a que suceda algo, o hacer que suceda. Y sinceramente, ahora mismo me quedo con la primera.
     Debajo de mi casa hay una parada de autobús y cada veinte minutos pasa uno. Si lo hace solo durante el día, eso son alrededor de cuarenta veces. A la semana son doscientas ochenta veces. ¿Y a quién le importa?
     No todo se basa en el puto carpe diem, ni siempre hay que estar buscando el momento perfecto. Que pasarte el día durmiendo, tampoco está tan mal. A lo mejor nunca más vuelvo a escribir un buen poema (contando con que alguna vez lo hice). A lo mejor no llego a ser el escritor que soñaba cuando era pequeño. A lo mejor esto no lo lee nadie.
     Rebuscando en mis notas, he encontrado un texto que escribí hace tiempo (y que no volvería a escribir):

     Estoy cansado. Estoy cansado de amores a medias, de terminar conversaciones, de ni siquiera empezar. Estoy cansado de lo que la vida me ofrece porque no eres tú. Estoy cansado de esperar algo que nunca va a llegar y de que soñar me cueste el sueño. Estoy cansado de estarlo. Cuando te pasas tanto tiempo esperando a que las cosas sucedan por sí solas y de que un día por arte de magia todo suceda, te das cuenta de que no es cuestión de esperar. Es cuestión de actitud, de dejar de estar cansado. Pero necesitaría una eternidad para descansarme de ti así que, cánsame un poco más.

(04/01/2016)

     Lo leo ahora y ni siquiera sé qué quería decir en ese momento. Y eso en parte es bueno y es malo. Por un lado significa que he evolucionado, que ya no pienso igual que antes. Por otro, que si ni yo mismo me entiendo, no sé quién lo va a hacer.
     Sin profundizar mucho más en el tema, la frase: "Pero necesitaría una eternidad para descansarme de ti así que, cánsame un poco más". Es una mierda. Es que no hay por dónde cogerla. No significa nada, solo lo intenta. Seguro que al terminarla me sentí orgulloso y todo. Como si hubiese descubierto algo. Cuándo he sido yo así de intenso, joder.
     A veces me pregunto qué pasará cuando ya no quede nada sobre lo que escribir. Cuando el montón de poetas que no paran de rascar sobre todo lo que se puede escribir, se de cuenta de que ha entrado en un bucle (en el que ya estamos entrando). Qué nos quedará por hacer.
     Me gusta imaginar que en el futuro habrá una máquina que te haga olvidar cosas, y que todo el mundo la usase una vez a la semana. Para poder volver a disfrutar de algo, porque ya lo ha vivido todo. Pienso que el ser humano llegará hasta ese punto, y es triste.
    Para entonces yo ya estaré muerto, así que debería darme igual. Debería dedicarme a disfrutar de lo que pasa ahora, y no preocuparme por lo que pasará en millones de años. Pero soy así de gilipollas y rebuscado. 
     La lámpara que cuelga del techo de mi habitación tiene tres bombillas, y siempre hay dos que están fundidas. Me cuesta reconocerlo pero no tengo ni idea de bombillas. Siempre me las ha comprado mi madre. Ella dice que hay que comprarlas de bajo consumo, que son mejores y duran más. Eso, y que al microondas no hay que meter cosas metálicas, son los dos pilares fundamentales en los que construiré mi vida, cuando viva solo.


(14/01/2018)

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