El secreto de los trenes

     Este relato lo escribí a finales del año pasado... Y la verdad es que no me acuerdo muy bien de por qué lo escribí. Se me vino la idea y lo típico que pasa cuando se te viene una idea, supongo. Desde mi punto de vista me quedó un poco corto, pero aún así me gusta. ¡Espero que a ti también!




     Aquel sábado me levanté temprano, movido por el espíritu madrugador que se había quedado en mi subconsciente después de tantos días de rutina estudiantil. No importaba a qué hora me fuese a dormir; que a las siete y treinta y tres minutos estaba en pie. Aquel día me levanté con una idea clara: "voy a coger un tren". Sin mucho pensarlo ni avisar a nadie, me fui a la estación con lo puesto a cumplir con mi objetivo. Compré un billete solo de ida a la estación más lejana posible, y como dio la casualidad de que llegué justo cuando salía un tren hacia allí, me monté en el mismo nada más pasar los torniquetes.
     Estaba vacío. Pero no este vacío que digas que hay unas cuantas personas desperdigadas por los vagones, no, es que no había nadie, literalmente. Supuse que por lo pronto que era y siendo sábado, la gente normal preferiría estar durmiendo. Fui desde el primer vagón hasta el último para cerciorarme de que realmente estaba solo en aquel tren, y así era. Pude elegir asiento, así que me senté en uno que me situaba de espaldas al movimiento del tren y que estaba pegado a la ventana -mis dos factores favoritos a la hora de sentarme-. Me situé en el vagón del medio, porque los de los laterales no me inspiran mucha confianza, y además tenía cerca el baño.
     Sonó por megafonía el último aviso para subir y no parecía que fuera a venir nadie más. Incluso empecé a preocuparme y a fantasear con cosas absurdas como que aquello era un tren fantasma que me conduciría a una muerte segura o algo así, pero qué equivocado estaba. Justo cuando se iban a cerrar las puertas se subió una chica con un vestido azul.
     Aunque estaba claro que había cogido el tren de chiripa, no parecía haberse esforzado por ello. Miraba en derredor, como si buscara algo, o a alguien. El caso es que empezó a avanzar hacia mí, por lo que hice el típico movimiento brusco desviando la mirada hacia cualquier otro lugar para que no pensara que la había estado observando. Opté por sacar mi móvil y hacer como que hablaba con alguien. Busqué en mi bolsillo derecho, después en el izquierdo, en los de detrás, y cuando no me quedaban bolsillos por mirar comprendí que lo había perdido. Empecé a buscar por el suelo...
     -¿Buscas esto? -me dijo una voz femenina desde arriba-.
     Al alzar la vista vi a la chica de antes con mi móvil en la mano. Era mucho más guapa de cerca, sus ojos negros me miraban curiosos mientras ella sonreía y me ofrecía el móvil para que lo cogiese. En aquel efímero y eterno momento en el que no sabía qué hacer ni qué decir, solo pude devolverle la sonrisa y coger el móvil para no parecer más tonto de lo que ya era.
-Muchas... Muchas gracias. Creí que lo había perdido.
     Desprendía un suave y agradable olor a canela.
-No hay de qué. Por cierto, ¿no sabías que mi padre ha alquilado este tren para mí? Se supone que no podía subirse nadie.
-Ah perdón, por eso no había nadie... Ya me bajo, si no voy a ningún sitio en esp...
-¡Es broma, tonto! Ni aunque tuviese todo el dinero del mundo querría viajar sola en un tren. El tren es un sitio para disfrutar del viaje con todo lo que conlleva, entre otras cosas, la silenciosa compañía de gente con la que compartes destino por un rato. Es genial pero, ¿por qué en los trenes siempre se va en silencio? A no ser que vayas con alguien conocido, lo único que haces es intercambiar miradas silenciosas sin decir nada. Debería estar prohibido ir en silencio en un tren, se debería conversar por norma.
-¿Y si estás cansado y quieres dormir? ¿O si vas leyendo un libro?
-Mmm... Se podría hacer un vagón aparte para ellos. El vagón silencioso, podría llamarse.
-Creo que ya he oído eso en algún sitio, pero no me preguntes donde.
     No sé en qué momento de la conversación ella se había sentando a mi lado y ahora charlaba conmigo como si fuese mi amiga de toda la vida. Lo cual no me molestaba, además así podía seguir observándola, admirando cada uno de sus detalles. Tenía el pelo marrón, largo y liso, que brillaba reflejando la luz del sol. Su olor a canela cada vez me llegaba de forma más intensa.
-Aunque también a veces me gusta ir en silencio contemplando el paisaje; es como cuando vas en coche pero con las vistas mucho más grandes.
-Cuando voy solo en el tren suelo ponerme los cascos y hago eso, ir viendo el paisaje pasar. Como siempre suelo ir al mismo sitio me sé ya todo de memoria: los campos de cultivo, las pequeñas colinas plagadas de pequeños arbustos, los caminos que parece que no llevan a ningún sitio, las ciudades, las zonas industriales...
     Estuvimos un buen rato hablando sobre las cosas divertidas que tiene viajar en tren, sobre las enormes ventajas de este y todos los pequeños detalles que uno no aprecia hasta que otro te los dice. -¿Y alguna vez has visto a alguien que se queda dormido, pero se despierta justo en su parada?
-La verdad es que sí he visto gente que lo hace pero nunca he pensado en ello. Yo nunca duermo en el tren porque siempre he temido pasarme de mi parada y acabar en la otra punta del mundo.
-Hablando de miedos... Te voy a contar un secreto, pero por ser tú. Cuando era pequeña y montaba en tren con mis padres, pensaba que al cerrarse la puertas se podía acabar el oxígeno del tren. Por eso respiraba lo más lento posible, y cuando el tren hacía alguna parada, salía corriendo a coger todo el aire que pudiese y volvía corriendo a mi sitio y administraba el aire lo mejor que podía.
     No pude evitar reírme con aquella historia. Era demasiado surrealista hasta para una niña pequeña, pero lo contaba con tal entusiasmo y de tal forma que no tuve más remedio que creerla. Quizá también fue porque yo tenía otra rara costumbre de pequeño que cualquiera que lo supiese me tomaría por loco, pero aquella chica estaba mucho más loca que yo.
-¿En serio?, peor era la costumbre que tenía yo que cada vez que pasábamos por un túnel: me ponía de pie en el asiento y tocando el techo con la mano gritaba "TÚNEL", y pedía un deseo. -me sentí un poco ridículo porque tal vez me pasé un poco representándolo en aquel momento- Era una tradición que teníamos en mi familia cuando viajábamos en coche que yo trasladé al tren. La única diferencia es que aquí todo el mundo te miraba raro, pero bueno, era un niño y no me importaba mucho entonces.
-No sé que es peor la verdad... -ella también estaba riéndose, y debo decirlo, me encantaba su forma de reír- a mí nunca me gustaron los túneles. Pensaba que el tren podía calcular mal alguna curva o algo así y estrellarnos, o que se nos cayese encima y no pudiésemos salir del tren nunca. Eso último sumado a mi idea del oxígeno, hizo que les cogiese un poco de manía.
     No podía evitar fijarme en cada uno de sus gestos mientras seguíamos hablando, en su pequeña manía de mantener su pelo detrás de la oreja o cada vez que se relamía el labio superior. En el olor a canela que seguía desprendiendo.
-Te parecerá una tontería pero... -dije algo dudoso, pues era algo que llevaba mucho tiempo preguntándome pero no se lo había dicho a nadie- cuando por la noche, se dejan de usar los trenes, ¿dónde se quedan? ¿Hay algún aparcamiento para trenes? ¿Se quedan en la última parada hasta la mañana siguiente?
-No lo había pensado la verdad... Lo mismo se siguen moviendo sin parar aunque nadie los use. ¿Te quedarías en un tren escondido toda una noche para descubrir el secreto de los trenes?
-¿El secreto de los trenes? -aquello me sonó a película mala de un domingo cualquiera a la hora de la siesta- Además, no sé si aguantaría toda una noche aquí metido.
-¿Tienes miedo a la oscuridad o algo así?
-¡Qué va! -supongo que aquella pequeña acusación de falta de virilidad ofendió a mi lado masculino- ¿aguantarías tú?
-Claro que sí. Es más, te invito a que esta noche probemos a hacerlo, a ver quién aguanta más.
-Es por la mañana aún, además ya estaremos llegando a...
     No pude continuar la frase. Por primera vez me fijé en la ventana, y descubrí que el tren no se había movido del sitio. ¿Cuánto tiempo podíamos haber estado hablando? Un par de horas mínimo, pero el tren seguía allí. Tampoco había subido nadie aún, seguíamos solos. Ella entonces pareció darse cuenta de mi descubrimiento, y su gesto se tornó triste.
-¿Por qué no nos hemos movido?
-Nos hemos movido todo el tiempo... Solo que tú no te has dado cuenta.
-No lo entiendo...
-No pasa nada. Muchas gracias por pasar este rato conmigo, debo irme. ¿Te veré esta noche?
-Bueno... Sí, supongo. Pero -me di cuenta de que no sabía ni cómo se llamaba- ¿quién eres? Dime al menos tu nombre.
-Oh, claro... Me llamo -sus labios se movieron supongo que diciendo su nombre, pero no lo escuché-.
     Le pedí que por favor lo repitiese, y ella seguía moviendo sus labios pero estos no emitían ningún sonido. Escuché entonces la voz de otra mujer que anunciaba la llegada a la última parada. Abrí los ojos y me encontré en un vagón vacío con dirección a mi ciudad. Había dormido todo el viaje de ida y vuelta a saber dónde. Y a mi lado ya no estaba... Como se llamase. Ya era de noche, y estaba llegando al final del trayecto. Entonces me di cuenta de una cosa: olía a canela.

     Cuando el tren paró del todo, vi que alguien esperaba de pie para subir. Era una chica, y llevaba un vestido azul. (24/12/15)

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